Ayer 3 de abril, en el periódico Milenio, la
opinión de Carlos Marín me resultó ofensiva.
No es que yo presente un problema de comportamiento y sea opositora, sino que
me parece que las opiniones vertidas por
el periodista salen desde la lejanía de una realidad real, neta que existe en los
centros escolares de México; los mismos profesores de una localidad pueden
suponer, pero no comprender ni experimentar, lo que significa lo que viven y
laboran los de otra.
Esto lo digo a propósito de la constante
insinuación de que los profesores, todos, son flojos. Yo quiero, desde mi felina posición, dar una
opinión que bien sé, no tendrá el mismo
eco que la de los medios de comunicación, empeñados en empañar y destruir al magisterio.
1.
Las críticas vienen de quienes, estoy segura,
no han tenido más responsabilidad que la de sus hijos. Por eso es fácil criticar a quienes se
encargan de la instrucción y la educación de treinta infantes de la misma edad
en un espacio limitado (hay aulas que son reducidas en comparación de la cantidad de alumnos).
2.
Reconozco
que hay profesores que son incultos y que debería conducírseles hacia la
excelencia, no lo niego. Pero resulta
que no todos lo son, hay quienes adoptan un papel de profesores entre
profesores para orientar el quehacer y
la acción.
3.
Las
condiciones laborales en las que se encuentran los profesores y las condiciones
de aprendizaje en las que se hallan los alumnos, me refiero a la
infraestructura de las escuelas y el
mínimo material que se proporciona, son incompatibles con los ideales
educativos.
4.
Los alumnos
son diferentes, tal como lo son los dedos de las manos de todas las
personas. Con esto me refiero que existe
una gran contradicción institucional, pues por un lado, se apela a la inclusión
de todos los alumnos, sean cuales sean sus características, orígenes étnicos,
discapacidades y estados de salud, sin contar con las oportunidades sociales y
culturales que les impulsen a lograr un mayor desarrollo cultural.
5.
Los
profesores de las zonas rurales no solamente se enfrentan a la diversidad de
lenguas, sino a las condiciones indignas para los alumnos y para ellos mismos,
que tienen que trabajar lejos de las comunidades, en las que los alumnos deben
recorrer grandes tramos de terracería o yo qué sé qué tipo de suelo diferente
deben andar para llegar a tomar sus
clases.
En conclusión, quiero expresar otras ideas:
a)
Esto de la calidad educativa y las reformas
educativas son imposiciones que no están contextualizadas a la realidad de
nuestro país, que está lleno de pobreza en todos sentidos, pobreza cultural,
social, humana, y educativa.
b)
Las reformas
no responden, entonces, a una necesidad nacional sino a la imposición exterior,
que determina lo que se debe saber en todos los lugares, haciendo tabla rasa y
eso es impropio.
c)
Los
gobiernos de muchos países han adoptado este tipo de orientación en la
educación debido a que todos ellos pretenden mantener los préstamos y apoyos
externos.
d)
Mientras
no se cambie la cultura de la mentira y el engaño, cualquier esfuerzo, tanto de
autoridades, profesores, médicos,
barrenderos, jardineros, amas de casa, secretarias y las demás actividades
existentes, será inútil.
e)
Se
debe comenzar por portarnos honestos, reconociendo cada uno desde su función,
lo que sabe y lo que no, lo que puede hacer y en qué requiere apoyo, además de
solicitarlo con humildad y agradecimiento.
f)
Estar
conscientes de que no son poseedores de todo el conocimiento y toda la verdad
(sólo yo, ¡MIAU!).
g)
Reconocer
en el otro la capacidad y su potencialidad.
h)
Dirigirse
en la vida con responsabilidad, es decir, vivir la libertad asumiendo las
consecuencias de lo que se eligió hacer y recordar que no se vale tener remordimientos
ni arrepentimientos.
i)
Estar
conscientes de que lo que se haga o diga, que es fruto de la libertad, debe ser
ejemplo para los demás.
Desde mi indignación actual, mando un ¡MIAU!
de molestia a todos los medios de comunicación que atacan a los maestros.
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