No cabe duda, la vida nos ofrece un cúmulo de experiencias que vale la pena recordar y aprender de ellas. Hoy fue un día fuera de serie, esto significa que no fue una nimiedad. A mis pocos años de vida he recorrido calles, colonias, me he enfrentado a los peligros de la noche y del día, a las diversiones y a situaciones que me implican verdaderos retos.
Hoy martes, sólo le faltó ser 13 para poder decir que fue un día de mala suerte. Hoy me vacunaron y me inyectaron un desparasitante. Fue una experiencia terrible, indignante y humillante pues mi mamá me puso dentro de una bolsa de mandado, de esas que lleva al mercado, como si fuera yo un pedazo de carne… Lo que la obligó a realizar tal acto fue el hecho de que, valerosa como soy, enseñé mis afilados colmillos al doctor, le maullé amenazante y lo vi con tal fiereza, que estoy segura, lo asusté.
Pero eso fue
después de haberme ido de polizón en el coche, recorrimos calles en el
vehículo; yo iba calladita, escondida en la parte trasera del automóvil. Al llegar a nuestro destino, me metí en el
bolso de mi mamá, que estaba abierto y es muy grande. Subimos unas escaleras, tocaron un timbre y
salió el mismo hombre joven que va los domingos a recoger a mis sobrinos. “Debe ser mi hermano”, pensé y, como estaba
en familia, asomé la cabeza y maullé como forma de saludo.
--¡Ágata, qué agradable sorpresa!—dijo él con asombro.
Bueno, estuvimos
ahí gran parte de la tarde, comimos
alimento japonés e hicimos un recorrido por la historia de la música universal,
pues nos deleitamos con melodías africanas,
medievales, virreinales y popular que relata la historia de los Estados
Unidos de Norteamérica y de México; a mi mamá le encantó, por eso él le prestó
unos discos. Estábamos muy a gusto, pero
comenzó a nublarse el cielo, así que mis mamis dijeron que era mejor que
regresáramos a nuestro hogar. Yo estaba
feliz en ese momento y ratifiqué mi parentesco porque, como yo, mi hermano es
muy buen anfitrión.
Al llegar a la
casa, comenzó mi calvario porque nos encontramos con el doctor y sucedió lo que
narré al principio. Ya terminado el
espantoso encuentro con las jeringas, entramos y mi mami me dio unos premios
por mi valor. Me sentí reconfortada en
parte, porque con unas botanitas no iba a olvidar el trago amargo. “En fin, que piense que con esto la
perdono”, pensé con desdén.
Mi otra mami
tomó el periódico y leyó un encabezado, era un reportaje del periodista Víctor
Hugo Michel y dijo:
--A ver, pongan atención porque esto es grave. Les voy a
leer.
Nos sentamos
alrededor de ella, yo estaba sobre la mesa, Valentina a un lado de mi mami y mi otra mami en un sillón individual. Comenzó la lectura y me fui erizando, mis
pupilas se iban dilatando y la repulsión me provocó asco. El texto era acerca de la importación equina
para su sacrificio. Se relata la forma
tan inhumana en que los caballos son trasladados a México en tráilers, la
manera en la que los privan de agua, alimento y un espacio para moverse;
también se narra la forma tan despiadada y abominable en que los ejecutan. Los hacen sufrir demasiado antes de matarlos
y ¡ESO NO SE VALE!
Quedé
profundamente triste, no imaginaba que pudiera existir tanta maldad en las
personas. Sé que hay mucha gente en el
mundo, que la sobrepoblación es abrumadora, que las necesidades de alimentación
son crecientes, que hay muchas formas de
abuso, que la explotación de los recursos es alarmante, que hay crueldad y
desensibilización en bastantes individuos.
Pero lo que no puedo comprender es la causa, el origen de la voracidad
de esos monstruos.
Apelo a las organizaciones ciudadanas, a las personas del mundo que intentan hacer el bien a los demás, incluyendo a los niños, los ancianos y a los animales,, los seres más indefensos y vulnerables del planeta. El llamado es para que hagan algo con la finalidad de preservar una vida digna para todos.
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