Hoy a mediodía,
mientras yo estaba acostadita sobre el rebozo con el que se cubren mis mamis
cuando hace mucho frío y que me encanta por su color, llegó una de ellas de su
trabajo y comentó a mi otra mamá que sus amigas Carmen y Gina le habían dado un
regalo que seguramente los Reyes Magos habían dejado para ella. Era una lata con galletas, de esas que me
encantan, que son de mantequilla y que se deshacen en mi pequeña y hermosa
boquita.
Abrí mis enormes y
verdes ojos, parpadeé porque no podía creerlo y reflexioné: “Estaría yo
soñando? Sería verdad esa grata, dulce,
deliciosa y bella sorpresa?” Me estiré y
di un salto para cerciorarme. ¡Era
cierto! Me relamí los largos y
abundantes bigotes: “Mmmh, qué delicia!
Hoy no comeré mi alimento y estaré muy cerca de mi mami, para comerlas
juntas”, planeé confiada en mi enorme y prodigiosa inteligencia.
Llegó la hora de la
comida, yo veía a mi mami y esperaba que se preparara su café, tal y como lo
hace siempre después de comer. “En
cuanto se prepare el café, doy un salto a la mesa o al sillón y me pongo junto
a ella”, pensaba mientras la miraba fijamente con mis enigmáticos ojos, pues
confío en el poder de mi verde y profunda mirada. Así pasé un buen rato, pero ella no se
inmutó, creo que ya está acostumbrada a que la mire de esa manera…
Después subimos a
la recámara, yo me agoté de verla y de esperar por las galletitas, además sentí
que el frío que recorría mi cuerpecito me invitaba a volver a dormir, entonces
dejé caer mis párpados…
Cuando desperté,
¡QUÉ HORROR! ¡MI MAMI ESTABA DANDO EL
ÚLTIMO BOCADO A LA ÚLTIMA GALLETA!
¡MIAAAUUUUU, SNIF, GRRRR! En
realidad, tuve un impacto brutal, devastador, catastrófico. Ella sola se había terminado la lata en el
tiempo en que yo dormía…
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