2017 es el año en
que cumpliré mis quince; por un lado, me siento feliz, ansío el día de mi
fiesta y espero que todo lo que haya de comida y cariño sean para mí
solamente. Ya me harté de los cachorros
y de mi doncella, lo malo es que mi mami no se atreve a despedirla, aunque haga
cosas tales como salir en la noche –acción que una señora decente no
haría—dejando solos a sus hijos. El
hecho de ser grande me provoca un ejercicio de memoria emocional, esa que he
reprimido desde hace algún tiempo para no entristecerme porque creo, vamos en
picada, y lo peor es que no es culpa de nadie de los que me rodean, sino del
mal uso de los impuestos (tributo) que pagan los esclavos.
Llevo alrededor de
diez años viviendo aquí. Antes, yo
estaba en otro país y mi papá me daba la gran vida: comodidad, lujos,
caprichos, viajes y todo cuanto un gatito pueda desear en el mundo.
Recuerdo que cuando
abordé el último avión, yo iba pensando que llegaría temporalmente a un sitio,
que ahí tendría el mar de frente, que me echaría al lado de mi papi o bien,
sobre la arena y ahí observaríamos la puesta de sol… INGENUA!!! Llegamos a una casa linda, en la que había
dos mujeres y dos perritas chihuahua!
Observé a las dos mujeres. La mayor, elegante y distinguida, dijo a mi
papá: “Está bien, hijo. Aquí puede
quedarse mientras Griselda se restablece” y la otra, una mujer rechoncha y ordinaria,
decía: “¡Qué bueno, bienvenida Agatita”.
Recuerdo haber pensado que ella era la criada de la casa, que sería
quien haría todo para que yo estuviera como en mi hogar: tendería la cama,
limpiaría mi arenero, lavaría mi
bebedero y mis platos de comida, me pondría el mantel, me rascaría la panza,
etc.
Mi hermano, aquél
que me había regalado a mi papá-tío dos navidades antes, también estaba
ahí. Como había pasado algún tiempo de
aquél suceso, yo lo había olvidado pero al ver su rostro casi tan perfecto como
el mío, pensé: “Mmh! Yo lo he visto antes, tal vez me pidió un autógrafo o que
me sacase una foto con él, MIAUU”, estoy con gente que me aprecia y valora mi
felina majestuosidad…”
Bueno, pues me hice
a la idea que estaría aquí temporalmente y vi con buena cara a las mujeres,
aprendí a convivivr con las perritas Greta y Valentina, de vez en cuando les
daba unos manazos para que supieran que debían atenderme y respetarme porque
llegué para ocupar el puesto más alto en
la jerarquía de las mascotas: LA CONSENTIDA.
A mí siempre me ha
gustado la comida buena, no cualquier fritanga, sin menospreciar esos
deliciosos sopes, quesadillas, tostadas, tacos, tamales, gorditas y demás cosas
grasosas y picantes que come mi familia.
Yo era alimentada con unas latitas gourmette, que son pequeñas y muy
caras. A menudo, como forma de consuelo,
escuchaba decir a mi mami que me compraba de esas porque “Ágata es mi reina” y
yo asentía con los ojos, entornándolos mientras expresaba un gesto de
satisfacción… Así pasaron varios años,
mi papi nunca regresó por mí pero yo estaba feliz porque había encontrado un reino
en el que yo era la soberana y todos los demás, mis súbditos…
Luego, mi hermano
casó y hubo dos retoños; el primero nació en abril de 2009 y el segundo, en
octubre de 2010. Debo confesar que no me
gusta la competencia, así que al principio, me sentí aterrada y una sensación
de vacío inundó mi almita: ¡¡ya no era al única reina y debía compartir el
poder, el cariño, la devoción y los satisfactores con otros!!! Marqué mi territorio, cada vez que ellos me
hablan o se acercan a mí, les respondo de forma airosa, así que me he ganado el
respeto que los súbditos deben profesar hacia su reina. Con esa acción, creo que había conseguido
mantener mis privilegios, también el de las costosas latitas de alimento. !!!
En abril de 2016
llegó el primer intruso, un gato gris llamado Trotsky, que me provocó temor
porque era agresivo. Se supone que él
sería me guardaespaldas, quien diera su vida para salvar la mía en situaciones
de riesgo, pero fue lo contrario: ¡¡¡YO ESTABA EN PELIGRO CON ÉL!!! Recuerdo
que si lo veía en el área en la que yo estuviera, debía cuidarme porque
seguramente me corretearía y no era para jugar.
Afortunadamente, se fue de la casa, creo que no le satisfizo lo
suficiente…”Miau”, pensé con tranquilidad a los siete días de su ausencia,
“Creo que ya no volverá, podré volver a mi vida interesante, lujosa, de
reflexión”
Después llegó una
doncella, creo que mi tío pensó en mí y en mis comodidades, tal vez creyó que
el hecho de que hubiese quien hiciera las acciones que a mí me correspondían en
la casa, era una buena opción y una demostración de amor hacia mi gatuna
vida. “¡¡Yo no necesito que me ayude
nadie!!!”, recuerdo haber expresado con desdén y rechazo mientras observaba con
mis grandes y bellos ojos a la nueva empleada.
Pero no escucharon mi opinión. El
lado amable de ello fue que conservaba mi status de reina, consentida y
caprichosa como soy… mi mami destinaba
el mejor alimento para mí, las latitas gourmette continuaban llegando a la
casa.
En julio de 2016
escuché a mi mami decir: “Creo que Ariel, la doncella, está preñada. Esperaremos a que nazcan los bebés para
llevarla a esterilizar.”. Recuerdo
también que la miré con curiosidad y asombro “Qué es eso de estar preñada?”,
pregunté con inquietud, pero nadie me respondió. Lo fui notando con el transcurso de los días,
tiempo en que mi doncella se inflaba como un globo. El 3
de septiembre de 2016 estalló, de repente escuchamos un grito de dolor y
recuerdo haberme alterado; con temor, me dirijí al cuarto en el que se
encontraba metida y ahí la vi, acostada y amamantando a cinco criaturas pequeñísimas.
En ese entonces,
aún comía mis latitas y mi mami, la gordita, comenzó a racionar el
alimento. La escuché decir; “Bueno, pues
ya somos tantos y el precio de la comida es tan alto, que haremos la
prueba. Cambiaremos a comer latitas
menos caras, además, para los cachorros habrá sopa, porque debo darles fórmula
a los bebés”.
Ahí comenzó mi
calvario y mi descenso mayor. Las
latitas eran una comida para mí, que soy la reina. Por qué habría de dejarlas? Yo estoy acostumbrada a lo mejor y ni
siquiera me preguntó si quería una doncella y menos, si estaba de acuerdo en
tener más compañeros. La sustitución
fue buena, pues la imagen del gatito que está en las latas, se parece un poco a
mí, pero nunca será de mi estirpe, por supuesto. “Está bien”, recuerdo haber pensado, “haré el
favor de comer esta comida porque el gato es tan parecido a mí, que de seguro deben
ser sabrosas, nutritivas y además, son más grandes”. Mientras tanto, la comida que dan a los
cachorros es sopa con algunos sobrantes de comida, Mantuve mi jerarquía gatuna!
Durante algunas semanas, porque después las latas fueron sustituidas nuevamente
por sobres, esos que no me gustan y ahora, ¡¡¡con la mezcla de sopa y
alimento!! Esto es una falta de respeto,
consideración, empatía, solidaridad, agradecimiento y no sé cuántas cosas más!
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