El día viernes 3 de
febrero es memorable para mí. Inició
como un día cualquiera, como lo han sido desde que comenzó el año y se vino el
gasolinazo, el alza de precios, los “sacrificios” de los altos funcionarios y
políticos mexicanos, del acuerdo de protección a las familias y la toma de
funciones del presidente Trump, a quien le fascina pelearse con medio
mundo. Bueno, pues estaba yo en la
secuencia matinal, esa que consiste en obligar a mi gordita mami a abrir la
llave de agua, darme mis botanitas que, por cierto, no había y entonces, el
berrinche acostumbrado; me yergo, entrecierro mis verdes y hermosos ojos, miro
con desdén, me levanto, me encorvo, doy la vuelta y salto para bajar de la
mesa. Cuando hube terminado todo lo
anterior, volví a subir con mi mamá a la recámara, ahí estaba el noticiero de
Javier Solórzano, quien comentó que Benito Nacif se rehusaba a dar el 10% de su
salario mensual que asciende a $177,000.00
No sé qué me pasó, quedé como una estatua, inmóvil, incrédula, asqueada,
horrorizada, pensé que ese tipo es un sujeto tan repugnante como nuestro vecino
del norte o como el mismo demonio que tomó el cuerpo de Linda Blair en la
película El exorcista.
“Y quién es ése?”,
pregunté a mi mami con indignación combinada con mi natural curiosidad y ella
me contestó con una palabra que no puedo, por respeto a los lectores, repetir. Como su respuesta no me aclaró mis dudas,
esperé a que ella fuese a trabajar para tener el tiempo de investigar. Bueno, resulta que es un politólogo egresado
del Colegio de México y de una universidad extranjera, que es miembro del SIN (Sistema
Nacional de Investigadores), que ha vivido del sistema gubernamental desde la
década de los ochenta en el sexenio de Salinas de Gortari y en la actualidad,
es consejero del Instituto Nacional Electoral (INE). Me pregunto; Cuánto ha mamado? Perdón, esto se oye muy feo, así que
reformulo mi cuestionamiento: Cuánto ha
extraído del presupuesto nacional durante tanto tiempo sin hacer aportaciones
relevantes para la sociedad mexicana?
Esto lo afirmo porque su nombre es totalmente desconocido para mí, que
soy una erudita y también una estudiosa de la política nacional.
Como soy tan sabia,
con un cálculo mental rápido, obtuve que al “pobrecito” Benote Nacif le fueran
a descontar $17,000.00 al mes y se quedaría con la ínfima cantidad de
$160,000.00 para que pueda sobrevivir. ¡¡¡Es
un insulto total a la sociedad mexicana de clase baja, porque la clase media ya
no existe!!!
Mientras reflexionaba
acerca de estos entes políticos, de estas personas deleznables, que no son sino
producto de la digestión de un ser vivo, pensé en la realidad circundante, en
la que se vive día a día en las calles, en las escuelas, en las tiendas, en los
mercados. Las carencias económicas,
culturales y sociales que caracterizan a la población en general. Somos varios, muchos, millones, los que
queremos que desaparezcan estos sujetos.
Como soy escéptica, no puedo pedir que les vaya mal, pero sí lo deseo
con todo mi elegante y divino ser.
Después del trago
amargo por la falta de solidaridad, empatía, don de gente, de ese fulano, me
refiero al tal Nacif, quedé dormida. Desperté cuando llegó mi hermano y luego, mi
mamá. Ella pidió a mi hermano que fuese
por algunos productos que hacían falta en casa y dijo: “Trae el alimento para
los gatos. Y para la pobrecita Ágata,
unas latitas. Sigue en huelga, yo creo
que no le gusta la comida en absoluto”.
Yo quedé expectante, esperaba con ansia a que llegara mi carnal, para
ver qué clase de porquerías me darían ahora y ya estaba ensayando la mirada que
dirigiría a mi mamá.
Pasaron los
minutos, ya estaba harta de esperar y había regresado mi necesidad de soñar
cuando se abrió la puerta. Era él, tenía
una bolsa grande de arena, “es para mis popós”, pensé con orgullo, porque son
perfectas como yo. Luego, abrió otra
bolsa que contenía sobrecitos y mi ánimo se desvaneció. Por último, sacó las latitas pequeñas. Lo miré con incredulidad, asombro, agradecimiento,
cariño, sorpresa y me avalancé sobre las latas, las acaricié con mis mejillas,
suspiré de gusto y ronroneé tanto, que quedé sin aliento.
Por la noche, mi
mami me llamó, estábamos solas en la cocina.
A puerta cerrada para evitar que lleguen los molestos y latosos
cachorros, comí el contenido de una de esas delicias. Por eso, también fue un día memorable, porque
mi hermanote me demostró cuánto me quiere y yo le digo que es
correspondido.
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