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El 8 de septiembre,
era jueves, lo recuerdo bien, yo dormía plácidamente con mi mamá cincuentona,
la gordita que teje y desteje, mientras ella escuchaba la televisión cuando, de
repente, se levantó y dijo: “Está temblando”.
Lo peor es que se olvidó de mí, fue por mi otra mamá y ambas bajaron las
escaleras. Yo quedé atónita, no
comprendía por qué la cama suave en la que descansaba, se mecía de un lado a
otro y tampoco, por qué mis mamis habían
salido del hogar. Cuando
entraron, las miré con reproche, les maullé con enfado y resentimiento. Mi mami me pidió que la perdonase, me dijo
que no tenía tantas manos para ayudarnos a todos los que vivimos aquí.
Yo la volví a mirar, me volteé hacia otro lado con tristeza y me
recosté. No se volvió a abordar el tema del abandono.
El 19 de septiembre, a la 1:14pm, estábamos en gran “chorcha”, es decir, en una charla interesante y divertida, cuando de repente todo comenzó a agitarse y, de nuevo, bajaron ellas. Se olvidaron de mí que no comprendía lo que pasaba. Ellas salieron a la calle y yo, aterrada por la agitación del piso, busqué un lugar seguro: el closet. Subí hasta lo más alto de él, me escondí entre las cobijas y cerré mis enormes ojos. El tiempo transcurrió lentamente mientras escuchaba a los perros que viven en la casa contigua ladrar insistentemente, escuché el correr de los gatitos que viven conmigo que intentaban asirse a algún lugar dentro de la casa y el lamentar de la pobre Valentina, que debido a su edad, se asusta con mayor facilidad. Pasó. Fue terrible.
Cuando todo hubo
pasado, mi mami cincuentona dijo que se comunicaría con mi hermano, pero la comunicación se interrumpió, lo mismo que
los servicios eléctricos y de agua. La
reunión familiar posterior fue algo escalofriante para mí, porque mi hermano
habló de edificios caídos en la ciudad.
Yo que en otro tiempo recorrí
lugares, viajé con varios sitios y disfruté del aire fresco, me
sorprendí.
Debo decir que los días posteriores al sismo que azotó
como un látigo a algunos lugares de México me devastó anímicamente, me siento desprotegida,
frágil, asustadiza y estoy siempre alerta, pues aún tengo la sensación de que
el piso se mueve, sobre todo cuando me recuesto sobre el colchón mullido en el
que solía dormir profundamente.
Mi mami, siempre
abnegada y leal a sus obligaciones, me observó y ya está poniendo manos a la
obra. S u cometido, dice, es que regrese
a ser la misma gatita adorable y segura de siempre, para ello es esmera dándome
muchas atenciones, cariño, apapachos, caricias, arrumacos y, sobre todo,
amor. ¡MIAU!
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