La pobre gordita,
mi mami cincuentona, la vulgar y bonachona –aunque a veces pierde el control y
se transforma en HULK--, hoy se siente, como dice ella, “fregada”.
Verán, llegó del
trabajo acalorada, en esa ropa morada que se pone cada lunes y dice, es como si
fuera su uniforme del día, para salir con mi otra mami, la elegante y
refinada. Tomó una carpeta roja, de esas
que contienen hojas de papel y ambas salieron, no me dijeron ni “miau” cuando
lo hicieron, creo que no me vieron o que yo me volví transparente, invisible.
Después de un buen
rato, llegaron a la casa, la gorda venía echando pestes, diciendo de esas
palabrotas que yo, aún cuando ya tengo edad para pronunciarlas, no me atrevo a
repetir. Luego de la retahíla de palabras,
comprendí lo ocurrido: la gordita perdió su cartera y en ella había, aunque
poco, dinero, además de sus identificaciones.
Dijo que tendría que ir a levantar una denuncia por el extravío de
documentos oficiales, que tendría que tramitar la reposición de sus identificaciones
porque sin ellas, no era nadie. “No es
persona? Acaso ella no es mi mami? No es
maestra? No da clases? ¡Entonces, hay
que echarla a la calle!”, pensé de manera impulsiva y me erguí y aceché su
tosca figura dentro de ese traje morado.
En esa actitud
valiente, arrojada, dispuesta a salvaguardar la seguridad de mi mami elegante
estaba yo cuando ella se volvió hacia mí y me dijo: “Agatita, lo bueno es que
ya te había comprado todas tus latitas de la semana”. La reconocí, me dije que ella es mi mami y que
aún sin identificaciones, ella es una persona, que ella es mi mami, que ella es
maestra y que ella da clases a niños en una escuela. Descansé, volví a mi posición reposada y
pensé en lo absurdo que es el hecho de que una persona deba contar con
identificaciones, pues su voz, su rostro, su trato, sus palabras, sus
pensamientos y acciones son los que las definen…¡MIAUUU!
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