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lunes, 23 de marzo de 2020

A EMILIO, UNA MUESTRA DE RECONOCIMIENTO A SU SAPIENCIA... MIAUUUU!!!

Lo inteligentes y geniales nos viene de familia, aunque no sé cómo fue eso porque la verdad, mi mami carece de muchos dones. Tal vez se debe a que mis abuelos fueron inteligentes, no lo sé. El caso es que hoy, llena de intención de escribir algo y para poder inspirarme, revisé mi compu y encontré este escrito de mi añorado hermano. Quero compartirlo para poder disfrutar de él cuando me plazca además de compartirlo con mis admiradores. Resulta que mi hermano trabajó en una editorial y redactaba prólogos , en ellos se descubre que la filosofía y la literatura guardan una estrecha relación, pues Emilio mencionaba la manera en que se podían enlazar ambas disciplinas. Joseph Conrad El corazón de las tinieblas Prólogo Leibniz decía que los cuerpos repiten el universo; ontología del modelo y el espejo, el intrincado juego de relaciones que integran la totalidad del mundo se inscribe en la gota de agua y en la pupila, en la hoja del árbol y en la pluma que escribe –peculiaridades de la moderna epistemología, guiada, recuerda Michel Foucault, por diversos modos de semejanza, tales como la aemulatio, según la cual: […] el rostro es el émulo del cielo y así como la mente del hombre refleja, imperfectamente, la sabiduría de Dios, así los dos ojos, con su claridad limitada, reflejan la gran iluminación que hacen resplandecer, en el cielo, el sol y la luna; la boca es Venus, ya que por ella pasan los besos y las palabras de amor; la nariz nos entrega una imagen minúscula del cetro de Júpiter y del caduceo de Mercurio . Es posible que la ontología logicista del eterno cortesano alemán encuentre una peculiar expresión en algunas obras literarias, aquellas en las cuales la analogía permite al autor trazar la correspondencia entre el ambiente físico y el corazón del hombre: y tal es el caso de El corazón de las tinieblas, del novelista británico de origen polaco Joseph Conrad, viaje hacia territorios africanos apenas explorados pero también álbum de los horrores de la colonización y trayecto hacia la oscuridad del alma humana. Edmund Husserl decía que es necesario aprender a ver: ¿Qué ocurrió en la vida de Joseph Conrad que le ayudó a hacer de sus observaciones el material para crear belleza, pero también para ahondar en los recovecos del alma de los hombres? Joseph Conrad nació el 3 de diciembre de 1857 en la ciudad polaca de Berdyczów, la actual Berdíchev ucraniana, bajo el nombre de Józef Teodor Konrad Nałęcz-Korzeniowski. Su padre, miembro de la nobleza polaca, fue un hombre de letras, apasionado traductor de Víctor Hugo y de Shakespeare, y nacionalista a ultranza, nacionalismo que le valió el exilio a Siberia durante la ocupación rusa, lugar en el cual la madre del entonces Konrad murió de tuberculosis. A los doce años, muerto su padre, Konrad vivió por algún tiempo con su tía, y a los diecisiete se trasladó a Marsella. 1875 es crucial en la vida del autor: en ese año, se enroló en el barco Mont Blanc y, desde entonces, el viaje y la aventura serían una constante en su vida. Navegó en barcos mercantes franceses y también luchó en España, en las guerras carlistas. En 1886 obtuvo la nacionalidad británica y cambió su nombre a Joseph Conrad, para que sonara más inglés: a una nueva tierra y nueva vida, un nuevo nombre, principio de la reinvención. Durante la década siguiente, Conrad navegó mucho, sobre todo por Oriente. Las experiencias de Conrad, especialmente en el archipiélago malayo y en el río Congo durante 1890, se reflejan en sus relatos, escritos en inglés, que era su cuarta lengua y que se sumaba al polaco, el ruso y el francés. Publicó su primera novela en 1895, Almayer’s folly, “La locura de Almayer” y, desde entonces, su obra creció hasta alcanzar una vastedad sorprendente: sus obras alcanzan las trece novelas, dos libros de memorias y veintiocho relatos cortos –y ello a pesar de la gota, enfermedad que haría de la escritura un martirio doloroso para Conrad. La vida en el mar y las andanzas por puertos extranjeros constituyen el telón de fondo de casi todo su trabajo; sin embargo, allende la ambientación, su obsesión fundamental fue la condición humana y la lucha del individuo entre el bien y el mal. Con frecuencia, el narrador es un marino retirado, un personaje que se constituye, según los críticos, como el alter ego de Conrad. Una constante en casi toda la obra conradiana es la tristeza, la cual empapa personajes y diálogos, y pinta de gris los ambientes. Su estilo es rico y vigoroso, y su técnica narrativa se sirve con habilidad de las interrupciones en el discurso cronológico. La construcción de sus personajes es sólida y eficaz, y abunda en la expresión de la naturaleza humana, sobre todo cuando ésta es llevada al límite. Una característica fundamental en la obra de Conrad es el carácter simbólico de algunos de sus personajes, lo cual le ancla en una vieja tradición literaria iniciada en los albores del pensamiento helenístico. Conrad murió en Bishopsbourne, cerca de Canterbury, en 1924. Influyó de manera decisiva en la novela moderna, y su obra le valió el reconocimiento de destacados contemporáneos suyos, como Arnold Bennett, John Galsworthy, Ford Madox Ford, Stephen Crane y Henry James. Joseph Conrad es considerado como el eslabón literario entre el pasado y el presente; entre el realismo literario y las nuevas escuelas modernistas (aún en una etapa de primera gestación). Este autor emplea elementos simbólicos y es el gran heredero de esa gran primera novela inglesa: Tom Jones, de Henry Fielding, y de la narrativa de Rudyard Kipling, su gran contemporáneo. El realismo literario es una corriente estética que supuso una ruptura con el romanticismo, tanto en los aspectos ideológicos como en los formales, en la segunda mitad del siglo XIX. Por su parte, los modernistas, pese a tratarse de un grupo heterogéneo, tienen en común, por un lado, el rechazo de su herencia inmediata y, por otro, de la representación realista. Se caracterizan por la voluntad de jugar con las expectativas del lector, la tendencia a psicoanalizar a sus personajes mediante el empleo de técnicas como el monólogo interior. El corazón de las tinieblas fue publicado por entregas en la revista inglesa Blackwood's Magazine entre febrero y abril de 1899. Además, en 1902 se publicó en el libro Youth junto a A Narrative, Heart of Darkness y The End of the Tether. Esta obra, quizá la más conocida de Joseph Conrad —sobre todo por la inmensa belleza y multiplicidad de interpretaciones que se han hecho de ella—, nació a partir de que, en 1890 el escritor fue contratado por la compañía belga SGB para trabajar como capitán de un barco de vapor por el río Congo. Seis meses fueron suficientes para que el joven quedara horrorizado ante la brutalidad con la que los europeos actuaban en África. En ese lugar, además, Conrad contrajo varias enfermedades, lo que —suponen los estudiosos— magnificó la percepción negativa de aquel lugar. Tras algunos años de pensar en su viaje, escribió un relato que contaba “una experiencia llevada un poco, (y sólo un poco) más allá de los hechos reales”, según sus propias palabras. Sin embargo, conviene notar que la palabra ‘Congo’ no aparece ni una sola vez, pues no buscaba ser explícito sino ahondar en la profundidad del espíritu humano a través de sus personajes. Es curioso que la traducción del título en la mayoría de los idiomas se incline mucho más por utilizar la palabra “tinieblas” y no por “oscuridad”, que sería su traducción literal. El corazón de las tinieblas es la extensa rememoración de una pesadilla: en un barco a las orillas del río Támesis, Charlie Marlowe –personaje presente también en el cuento Youth, “Juventud”, de 1898; y en las novelas Lord Jim, de 1900, y Chance, “Azar”, de 1913- narra el viaje, llevado a cabo tiempo atrás, por un río del África en busca del misterioso Kurtz, empleado de una compañía dedicada al tráfico de marfil; empleado cuyo trabajo, si bien rendía grandes frutos y superaba los resultados del resto de sus compañeros, parecía ser obra de un hombre cuya estabilidad se habría perdido para siempre. Marlowe comienza el relato: la nave bordea la costa africana hasta llegar a la estación externa de la Compañía, boca del infierno y lugar en el cual el marinero obtiene las primeras referencias de Kurtz. Una vez abandonada la estación y después de una larga caminata tierra adentro, Marlowe y su grupo encuentran la embarcación que les llevará hasta la estación donde se encuentra Kurtz; a partir de este punto, comienzan las aventuras del grupo: naves estropeadas, ataques con flechas y un paisaje devastador les conducen hasta el encuentro con el extraño Kurtz, quien es considerado como una divinidad por los aldeanos. Hacia el final, El corazón de las tinieblas revela todo su potencial: reflexión profunda en torno a las relaciones de poder, la locura y la oscuridad del alma humana, reflexión que alcanza su clímax en las últimas palabras de Kurtz antes de morir: “¡El horror! ¡El horror!”. El corazón de las tinieblas, así, da un paso más allá de la mera literatura de aventuras: es una obra que se sirve de la narración para emprender una labor psicológica y filosófica de alcances tales, que la han colocado en los pedestales de las grandes obras de la literatura universal. La fama de El corazón de las tinieblas ha trascendido los límites estéticos de la literatura, al punto que el cineasta Francis Ford Coppola adaptó la obra a la Guerra de Vietnam en su filme Apocalypse Now, de 1979, protagonizado por Martin Sheen y Marlon Brando, y galardonado con ocho Óscares. La lectura de El corazón de las tinieblas resultará una experiencia literaria como pocas: en ésta, el lector se adentrará, de la mano del viejo y triste marinero que fue el mismo Conrad, por los horrores de la explotación y la crueldad humanas. Si sale airoso del viaje, el lector cerrará el libro con material suficiente para reflexionar en torno a la lamentable constante humana del horror provocado por el hombre y sufrido por sus congéneres –y, quién sabe, tal vez de esa reflexión nazcan algunas líneas que permitan encerrar a los Kurtz en su carácter de meros personajes literarios, e impedir su encarnación en los crueles que golpean al mundo. El oscuro y malogrado Carlos Díaz Dufoo, hijo, escribió que “de los libros valen los escritos con sangre, los escritos con bilis y los escritos con luz” : esperamos que el lector se deslumbre con los destellos encerrados en El corazón de las tinieblas.

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