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domingo, 19 de abril de 2020

MIS ABUELOS, HUGO LÓPEZ GATEL Y JAVIER ALATORRE… ¡QUÉ DESATINOS!.... ¡MIAAUUUUU!



  Ayer, sábado por la mañana, cuando mis ojos verdes y enormes recibieron la luz matinal por primera vez después de un largo descanso en mi gigantesca, mullida, acolchonada y reparadora cama, mi mami cincuentona hizo lo acostumbrado; repasó con su baja visión quiénes se hallaban cerca de mí, esa es su obligación diaria.  Vio que estaban mis lacayos y mi guardaespaldas, fiel como lo ha sido desde su aparición en esta mansión.  Bueno, cuando terminó de cumplir con esa responsabilidad, nos dio los buenos días y tomó su celular para hacer lo que ya forma parte un ritual y revisó lo que había de nuevo.


   Yo la observaba con desdén; me molesta que hayan ruidos, cualquier leve sonido matinal puede lastimar mis sensibles y perceptivas, además de astutas orejas, que saben moverse hacia la fuente sonora donde hay algo que alimente mi curiosidad.  Bueno, en eso andaba mi gordis cuando de repente lanzó un alarido y yo pensé que algo grave había ocurrido, me incorporé sobresaltada y sentí cómo se aceleraba el ritmo de los latidos de mi enorme y generoso corazón.  “Qué pasa?”, pregunté con ansiedad..

Mi mami volteó hacia mí y me dijo con horror: “Es que un conductor de televisión hizo algo que no se debe.  Es grave y espero que sufra alguna consecuencia porque no se puede ni se debe comportar así”.  De inmediato me alerté, instintivamente ericé mi sedoso y negro pelo, abrí mucho mis ojazos verdes, deslicé mis orejas hacia adelante mientras pensaba que habría hecho algo vergonzoso, tal como eructar fuerte, decir alguna de las palabrotas que a veces utiliza mi mami cuando comenta cosas triviales, que traería algún residuo de c comida entre los dientes, que se habría puesto mal del estómago y le hubiera ganado…

Expuse a mi mami las opciones que había pensado, comenté sobre mis temores y, ella sonrió comprensivamente y dijo: “¿Pues fíjate que fue algo como ese último de tus temores, pero lo hizo con la boca?”… Quedé aún más perpleja… “¿Cómo se puede deshacer de lo que no se digirió a través de la boca?”… “¡Ya sé! Vomitó”. Satisfecha por mi descubrimiento, me dirigí nuevamente a mi mami y le dije cuál había sido mi conclusión y ella sonrió nuevamente: “Algo así, Ágata.  Escupió una sarta de tonterías”.  Pedí entonces que mi mamá me mostrara lo que había visto.

   No hay calificativos para describir lo que sentí.  Un estremecimiento de horror, quedé sin habla… Un mareo, el adormecimiento de mis extremidades, sentí que la sangre se acumulaba en mi redonda y perfecta cabecita.  Más controlada, me erguí sobre mis acolchonadas y suaves, a la vez fuertes y poderosas patitas y bajé corriendo las escaleras.  Debía indagar sobre los personajes a los que se refería el video pues uno de ellos es un hombre importante y sabio, me refiero al Dr. Hugo López Gatell y del otro, nunca había escuchado mencionar pues mi mami no es “hija de la televisión”, como decía mi querida y añorada mamá elegante.

    Indignada, además de horrorizada, tecleé con fuerza los nombres, quería saber de quiénes se trataba y desde qué perspectiva había surgido esa denostación hecha por el desconocido que había generado un escándalo.

   Resulta que el casi sexagenario Javier Alatorre Soria es un sujeto que se ha dedicado al periodismo desde su juventud… “Mmmmh”, pensé al tiempo que fruncía mi entrecejo, “No se trata de un individuo que desconozca las condiciones nacionales e internacionales y sí uno que sabe el impacto que pueden generar sus palabras”.  

Luego, busqué qué hay sobre Hugo López Gatell Ramírez y en verdad quedé asombrada, se trata de un sujeto altamente preparado tanto en lo que se refiere al cuidado de la salud como al manejo de personal “¡Ah!  Qué interesante combinación de saberes.  Debería ponerme en contacto con él una vez que se termine esto de la pandemia, puede que forme parte de mi Corte y me ayude con el control de mis lacayos que, en verdad, me irritan”.

   Dediqué el día a reflexionar sobre lo acontecido y lo investigado.  Dormité a ratos con la intención de encontrar respuestas.  Siempre las encuentro después de ingerido de descanso.  Para ese fin, me encerré en el sitio en el que se encuentran mis abuelos y mi hermano, ahí puedo pensar, estar tranquila y concluir razonamientos con la ayuda de ellos.  

Pensé cuál hubiera sido la postura y los comentarios de mis abuelos, me refiero a Carlos Cuevas Paralizábal y María Teresa Camarillo Carbajal, ambos periodistas éticos.  Miré sus fotografías fijamente, me concentré, entablé un diálogo con ellos y obtuve la respuesta: Fue una soberana tontería lo que dijo Alatorre.  Si bien puede no haber personas cercanas a una, me refiero a mí, que hayan sido contagiadas con el COVID 19, no tengo razones para poner en duda su existencia a nivel mundial; si sé que en mi país no existen los recursos hospitalarios ni económicos para hacer frente a una condición de enfermedad generalizada, no tendría razones para impulsar a las personas a que se expongan.

   Mi abuelo decía que una frase común en el gremio periodístico es: “Malas noticias, ¡buenas noticias!”.  Eso quiere decir que ante una noticia terrible, catastrófica, los periodistas se alegran.  Eso lo puedo comprender a partir del razonamiento egoísta y ambicioso de los medios de comunicación, que están al acecho de noticias escandalosas para tener más público, pero a costa de la dignidad, tranquilidad y seguridad de los demás. 

Eso es verdaderamente inhumano.  Entonces una nueva duda se generó en mi gran cabeza, como la de Arturo, el bohemio del poema que recitaba mi bisabuela cada fin de año.  Sacudí mi melena alborotada y no encontré la solución al pernicioso enigma: “¿Por qué conmina a la gente a no hacer caso de las medidas sanitarias de prevención? ¿Quiere que enfermemos para tener nuevas noticias que dar? ¿Es bueno que en el país haya mayores dificultades? ¿No piensa en su familia? ¿Tendrá padres, hermanos, hijos, amigos? ¿Se siente inmune a las enfermedades? ¿Será un súper héroe extraterrestre al que no se le transmiten las infecciones?”.  Una vez más, la confusión se apoyderó de mis pensamientos, hasta dejé de comer esas latitas deliciosas a pesar de oler las delicias que había servido mi gordis. 

    Esa nueva duda sobre el origen de Javier Alatorre me agotó tremendamente, entonces cerré mis bellos ojos y continué, ahora en sueños, pensando sobre él; concluí que es la versión antropológicamente personificada, de la combinación de Pinky y Cerebro, dos personajes de la serie animada.  Uno de ellos es perverso y el otro, seguidor, el sirviente, “el brazo ejecutor” de los actos propuestos por el malvado cerebro.  Aún no he llegado a comprender cómo se realizó esa transmutación, pero al menos ya sé de dónde salió este personaje apellidado Alatorre.


Por la noche volví a conversar con mi cincuentona, que es la más vieja de la casa y que, por ende, debería ser la más sabia.  ¡Decepción!  Es bienintencionada solamente eso; no me resuelve dudas ni puedo platicar con ella, es torpe. 

Entonces, cambié la intención y le di una lección de inteligencia y de empatía con la humanidad de orientar su pensamiento.  Me acerqué sigilosa y compasivamente, caminando ligera y elegantemente, así como acostumbro.  

Esperé a que voltease y me reconociera, entonces me preguntó sobre qué quería platicar.  Yo le expresé que ese evento que la había alarmado había sido un acto del cual se debían sacar varias lecciones.  “Mami, debes aprender mucho aún.  Mira, lo que hizo Javier Alatorre fue un acto de soberbia y desdén increíbles pues él no posee los conocimientos que el Dr. Hugo López Gatell, ni está comprometido con los habitantes del mundo”. 

Mi mami me miró con una expresión confusa, con esa expresión que se observa en quienes no logran entender un idioma desconocido, no comprendía mis palabras y tuve que descender a su nivel cognitivo para explicarle “Una persona que es empática puede suponer las necesidades, intereses, gustos y anticipar los efectos que resultarán de su intervención.  

Este sujeto, me refiero al periodista, carece totalmente de esa virtud porque sabe que sus palabras podrán hacer eco en los televidentes y entonces, los resultados serán terribles”.  Mi gordis abrió mucho los ojos, creo que se asustó.  Yo agregué: “No te preocupes.  Mira, ya le mandaron un oficio y deberá desdecirse, comerse sus palabras o retirar lo dicho.  Yo espero que tú hayas aprendido que no se puede pensar en solitario, es decir, que no debes ser egoísta y que todas tus acciones deberán darse después de tomar en cuenta a todos los que te rodean, aunque no los conozcas”.

   Por mi parte, desde mi genial y majestuosa felinidad, concluyó que tipos como ese  ya dieron de sí lo que humanamente pudieron y ahora no deberían estar en la escena pública.  A fin de cuentas, no se trata más que de la opinión de un lacayo… ¡MIAUUUUU!  







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