Ayer, sábado por la mañana,
cuando mis ojos verdes y enormes recibieron la luz matinal por primera vez
después de un largo descanso en mi gigantesca, mullida, acolchonada y
reparadora cama, mi mami cincuentona hizo lo acostumbrado; repasó con su baja
visión quiénes se hallaban cerca de mí, esa es su obligación diaria. Vio que estaban mis lacayos y mi
guardaespaldas, fiel como lo ha sido desde su aparición en esta mansión. Bueno, cuando terminó de cumplir con esa
responsabilidad, nos dio los buenos días y tomó su celular para hacer lo que ya
forma parte un ritual y revisó lo que había de nuevo.
Yo la observaba con desdén; me molesta que
hayan ruidos, cualquier leve sonido matinal puede lastimar mis sensibles y
perceptivas, además de astutas orejas, que saben moverse hacia la fuente sonora
donde hay algo que alimente mi curiosidad.
Bueno, en eso andaba mi gordis cuando de repente lanzó un alarido y yo
pensé que algo grave había ocurrido, me incorporé sobresaltada y sentí cómo se
aceleraba el ritmo de los latidos de mi enorme y generoso corazón. “Qué pasa?”, pregunté con ansiedad..
Mi mami volteó hacia mí y me
dijo con horror: “Es que un conductor de televisión hizo algo que no se
debe. Es grave y espero que sufra alguna
consecuencia porque no se puede ni se debe comportar así”. De inmediato me alerté, instintivamente ericé
mi sedoso y negro pelo, abrí mucho mis ojazos verdes, deslicé mis orejas hacia
adelante mientras pensaba que habría hecho algo vergonzoso, tal como eructar
fuerte, decir alguna de las palabrotas que a veces utiliza mi mami cuando
comenta cosas triviales, que traería algún residuo de c comida entre los
dientes, que se habría puesto mal del estómago y le hubiera ganado…
Expuse a mi mami las opciones
que había pensado, comenté sobre mis temores y, ella sonrió comprensivamente y
dijo: “¿Pues fíjate que fue algo como ese último de tus temores, pero lo hizo
con la boca?”… Quedé aún más perpleja… “¿Cómo se puede deshacer de lo que no se
digirió a través de la boca?”… “¡Ya sé! Vomitó”. Satisfecha por mi
descubrimiento, me dirigí nuevamente a mi mami y le dije cuál había sido mi
conclusión y ella sonrió nuevamente: “Algo así, Ágata. Escupió una sarta de tonterías”. Pedí entonces que mi mamá me mostrara lo que
había visto.
No hay calificativos para describir lo que
sentí. Un estremecimiento de horror,
quedé sin habla… Un mareo, el adormecimiento de mis extremidades, sentí que la
sangre se acumulaba en mi redonda y perfecta cabecita. Más controlada, me erguí sobre mis
acolchonadas y suaves, a la vez fuertes y poderosas patitas y bajé corriendo
las escaleras. Debía indagar sobre los
personajes a los que se refería el video pues uno de ellos es un hombre
importante y sabio, me refiero al Dr. Hugo López Gatell y del otro, nunca había
escuchado mencionar pues mi mami no es “hija de la televisión”, como decía mi
querida y añorada mamá elegante.
Indignada, además de horrorizada, tecleé
con fuerza los nombres, quería saber de quiénes se trataba y desde qué
perspectiva había surgido esa denostación hecha por el desconocido que había
generado un escándalo.
Resulta que el casi sexagenario Javier
Alatorre Soria es un sujeto que se ha dedicado al periodismo desde su juventud…
“Mmmmh”, pensé al tiempo que fruncía mi entrecejo, “No se trata de un individuo
que desconozca las condiciones nacionales e internacionales y sí uno que sabe
el impacto que pueden generar sus palabras”.
Luego, busqué qué hay sobre Hugo López Gatell Ramírez y en verdad quedé
asombrada, se trata de un sujeto altamente preparado tanto en lo que se refiere
al cuidado de la salud como al manejo de personal “¡Ah! Qué interesante combinación de saberes. Debería ponerme en contacto con él una vez
que se termine esto de la pandemia, puede que forme parte de mi Corte y me
ayude con el control de mis lacayos que, en verdad, me irritan”.
Dediqué el día a reflexionar sobre lo
acontecido y lo investigado. Dormité a
ratos con la intención de encontrar respuestas.
Siempre las encuentro después de ingerido de descanso. Para ese fin, me encerré en el sitio en el
que se encuentran mis abuelos y mi hermano, ahí puedo pensar, estar tranquila y
concluir razonamientos con la ayuda de ellos.
Pensé cuál hubiera sido la postura y los comentarios de mis abuelos, me
refiero a Carlos Cuevas Paralizábal y María Teresa Camarillo Carbajal, ambos
periodistas éticos. Miré sus fotografías
fijamente, me concentré, entablé un diálogo con ellos y obtuve la respuesta: Fue
una soberana tontería lo que dijo Alatorre.
Si bien puede no haber personas cercanas a una, me refiero a mí, que
hayan sido contagiadas con el COVID 19, no tengo razones para poner en duda su
existencia a nivel mundial; si sé que en mi país no existen los recursos
hospitalarios ni económicos para hacer frente a una condición de enfermedad
generalizada, no tendría razones para impulsar a las personas a que se
expongan.
Mi abuelo decía que una frase común en el
gremio periodístico es: “Malas noticias, ¡buenas noticias!”. Eso quiere decir que ante una noticia
terrible, catastrófica, los periodistas se alegran. Eso lo puedo comprender a partir del razonamiento
egoísta y ambicioso de los medios de comunicación, que están al acecho de
noticias escandalosas para tener más público, pero a costa de la dignidad,
tranquilidad y seguridad de los demás.
Eso es verdaderamente
inhumano. Entonces una nueva duda se
generó en mi gran cabeza, como la de Arturo, el bohemio del poema que recitaba
mi bisabuela cada fin de año. Sacudí mi
melena alborotada y no encontré la solución al pernicioso enigma: “¿Por qué
conmina a la gente a no hacer caso de las medidas sanitarias de prevención?
¿Quiere que enfermemos para tener nuevas noticias que dar? ¿Es bueno que en el
país haya mayores dificultades? ¿No piensa en su familia? ¿Tendrá padres,
hermanos, hijos, amigos? ¿Se siente inmune a las enfermedades? ¿Será un súper
héroe extraterrestre al que no se le transmiten las infecciones?”. Una vez más, la confusión se apoyderó de mis
pensamientos, hasta dejé de comer esas latitas deliciosas a pesar de oler las
delicias que había servido mi gordis.
Esa nueva duda sobre el origen de Javier
Alatorre me agotó tremendamente, entonces cerré mis bellos ojos y continué,
ahora en sueños, pensando sobre él; concluí que es la versión
antropológicamente personificada, de la combinación de Pinky y Cerebro, dos personajes
de la serie animada. Uno de ellos es
perverso y el otro, seguidor, el sirviente, “el brazo ejecutor” de los actos
propuestos por el malvado cerebro. Aún
no he llegado a comprender cómo se realizó esa transmutación, pero al menos ya
sé de dónde salió este personaje apellidado Alatorre.
Por la noche volví a conversar
con mi cincuentona, que es la más vieja de la casa y que, por ende, debería ser
la más sabia. ¡Decepción! Es bienintencionada solamente eso; no me
resuelve dudas ni puedo platicar con ella, es torpe.
Entonces, cambié la intención
y le di una lección de inteligencia y de empatía con la humanidad de orientar
su pensamiento. Me acerqué sigilosa y
compasivamente, caminando ligera y elegantemente, así como acostumbro.
Esperé a que voltease y me reconociera,
entonces me preguntó sobre qué quería platicar.
Yo le expresé que ese evento que la había alarmado había sido un acto
del cual se debían sacar varias lecciones.
“Mami, debes aprender mucho aún.
Mira, lo que hizo Javier Alatorre fue un acto de soberbia y desdén
increíbles pues él no posee los conocimientos que el Dr. Hugo López Gatell, ni
está comprometido con los habitantes del mundo”.
Mi mami me miró con una
expresión confusa, con esa expresión que se observa en quienes no logran
entender un idioma desconocido, no comprendía mis palabras y tuve que descender
a su nivel cognitivo para explicarle “Una persona que es empática puede suponer
las necesidades, intereses, gustos y anticipar los efectos que resultarán de su
intervención.
Este sujeto, me refiero al
periodista, carece totalmente de esa virtud porque sabe que sus palabras podrán
hacer eco en los televidentes y entonces, los resultados serán terribles”. Mi gordis abrió mucho los ojos, creo que se
asustó. Yo agregué: “No te
preocupes. Mira, ya le mandaron un
oficio y deberá desdecirse, comerse sus palabras o retirar lo dicho. Yo espero que tú hayas aprendido que no se
puede pensar en solitario, es decir, que no debes ser egoísta y que todas tus
acciones deberán darse después de tomar en cuenta a todos los que te rodean,
aunque no los conozcas”.
Por mi parte, desde mi genial y majestuosa
felinidad, concluyó que tipos como ese
ya dieron de sí lo que humanamente pudieron y ahora no deberían estar en
la escena pública. A fin de cuentas, no
se trata más que de la opinión de un lacayo… ¡MIAUUUUU!
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