Yo era muy estética, esbelta y flexible; mi cuerpo era ágil, si me levantaba y alguien me veía de perfil, se distinguía claramente mi tórax, imponente por la fortaleza y anchura, la curva de mi abdomen estrecho dibujaba una línea cóncava que hacía pensar en un concurso de perros en el que, seguramente, yo sería la ganadora. Yo era muy hermosa en verdad.
Luego, cuando estuvimos todos juntos y en aislamiento, mi mamá tuvo la “gran idea” de consentirnos y una vez a la semana, compraba comida preparada, además de que mi cuñada me incluía en el menú del día.
Decía mi cuñada que me colgaba piel, que se me hacían pliegues y que debían rellenarse para que yo estuviera más bonita. Mi cuerpo se fue llenando, los pliegues se redujeron, pero no han desaparecido, mi tórax y mi abdomen formaron una línea recta y yo disfrutaba la vida con sus sabores salados, picantes, acidos y dulces.
Bueno, así comenzó mi carrera de comedora compulsiva y mi figura, antes curvilínea, se tornó recta, decía mi mamá que yo parecía un tanque de gas.
Como dije antes, mi mamá mandaba traer hamburguesas, chilaquiles, tortas, gorditas, huaraches con bistec y siempre pensaba en mí, así que una porción completa de cada cosa era mi comida.
Mi cuñada sabe cocinar bien, lo mismo que mi mamá y Marlon, así que con ellos he probado las delicias del pozole, los tamales, el pastel, el pollo frito y cocinado de diversas maneras, el picante, las papas fritas, las tostadas con frijoles, la tinga de pollo y de res, el mole con pollo y arroz, las carnitas, el filete de pescado empanizado, el pan de avena, los tacos dechorizo, las flautas; el huevo con salchichas, con jamón, con frijoles o solo; el queso Oaxaca, fresco, canasto o panela; el pan con aguacate, con crema, mantequilla o cajeta; las galletas saladas con jamón o con mantequilla; bueno, he llegado a comer tortas de avena con zanahoria y queso y hasta chiles rellenos…
La veterinaria había prevenido a mi mamá: “Pesa 21 kg., su peso es ideal. No es recomendable que suba por eso hay que cuidar su alimentación”. Esto fue hace ya más de un año, creo que fue en abril de 2020. Esas palabras, como el viento, echaron a volar y se disolvieron. Hace algunos meses, acompañada por mi cuñada y mi mamá, la recomendación de Joselyn fuen: “Ya está muy pesada, hasta la cabeza se le ve chica en relación a su cuerpo, puede sufrir dislocación de la cadera por el exceso de kilos”. Allí estabanconmigo mi mamá y mi cuñada, ambas responsables de mi crecimiento corporal y de mi afición a la comida. La doctora agregó: “No le vayan a dar ni siquiera una probadita, aunque les ponga ojos de gato”.
¡Así ha sido mi vida desde aquel penoso día! ¡SNIF! Aún recuerdo cuando, tras escuchar al joven moreno y melenudo a quien todos le dicen Chino, pregonar la palabra “PAN”, yo sentía que por mi cuerpo cuadrúpedo recorría una especie de descarga eléctrica, una emoción entre alegría e impaciencia me abrumaba e iba a avisar a mis sobrinos, a mi cuñada o a mi mamá que era ya la hora de comprarme mi pan. Al principio, sólo me daban una probada de sus deliciosas conchas, orejas, tornillos, laureles, rebanadas, panqués o polvorones; después, ya era una pieza para mí
solita y yo la disfrutaba muchísimo, creo que el pan de dulce es una creación casi divina. Después de esa plática en la que la doctora les advirtió sobre la metamorfosis de mi expresiva mirada, ¿TODO SE ACABÓ! Ahora solamente compran pan muy raras ocasiones y, si acaso, me dan una pizca para que “no se me rompa la hiel”.
En fin, ya no como tanto, ya dejé los deliciosos huesos con tuétano, las albóndigas, enfrijoladas, sopes, galletitas y, cuando pido algo de los alimentos humanos, solamenteme ofrecen ensaladas de lechuga, pepinos, bróccoli, zanahorias y otros vegetales… ¡SNIF! ¡GUAU!
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