Páginas

lunes, 30 de enero de 2023

PURINA Y WHISKAS… ¡EXPULSADAS DE MI REINO!... ¡GRRR! ¡MIAU!


 


   Mi gordis es una viejita bondadosa y muy tierna, siempre al pendiente de nosotros, nos consiente al máximo e, incluso, cuando se dirige a nosotros, suele hablar como si fuera un bebé.  Esas acciones me causan mucha gracia y me dan ganas de decirle que se oye muy mal, pero la dejo porque sé que así se siente feliz.

   Y como todo lo existente, ella tiene grandes defectos.  Uno de ellos es que se trata de una viejita gordis “coda”, siempre  se fija en los precios y hace divisiones para ver qué es lo que conviene, monetariamente hablando. 

   A nosotros nos ha dado diferentes alimentos, todos ellos con una diversidad de sabores  que van de aceptables a deliciosos.  Tanto Fanny como nosotros, los gatos, hemos ido de una marca a otra, pues el criterio era  “la que sea más accesible a partir de lo que cuesta por kilo”.  Además, solía darnos una comida blanda y húmeda, unos pequeños filetitos que flotan en un caldillo exquisito o una especie de paté. 

   Yo, que soy el consentido del Palacio, era el que más alimento ingería porque ella siempre me apartaba la porción más generosa.

   Fue una noche de hace un par de meses que comencé a sentirme indispuesto, mi hermosa y redonda cabecita se calentó y el dolor me martillaba por dentro, el estómago estaba inflamado, sentía regurgitar los alimentos que, combinandos con mis ácidos gástricos, provocaban una sensación de  acritud en mi delicada boca y en esos momentos, mi gordis nos llamó a todos con su acostumbrada palabra de convocatoria: “¡Chicos!” y todos, en tropel, se arremolinaron en torno a ella, todos menos yo.

   Mi ausencia generó la preocupación de la gordis, quien se dispuso a buscarme una vez concluido el ritual de dar el alimento húmedo.

   Yo estaba tirado en el suelo, ella se acercó a mí y me habló con un tono alarmado.  Me preguntó si me sentía mal, qué era lo que me pasaba y si tenía ánimos para comer algo.  Yo estaba débil, no atiné a levantar la cabeza y permanecí en la misma posición en la que ella me encontró.

   Como era de noche, solamente me dio un poco de agua, me levantó y consoló con sus palabras de ánimo. 

   Al día siguiente, en cuanto llegó a la residencia mi fiel ayudante Marlon, la gordis comunicó lo ocurrido conmigo, tomó una frazada y me metieron en mi automóvil.  Ambos me llevaron con la veterinaria, una doctora muy cariñosa y profesional quien, después de escuchar el relato de mi rutina vital, dijo: “Los alimentos  de marcas comerciales son nefastos para los gatitos y los perros.  En cuanto a los de lata, es lógico que los animalitos los prefieran porque, dígame usted, si le dan a escoger entre una ensalada o un taco, seguro prefiere el taco”.

   Estuve al borde de la muerte, tengo un cálculo renal y ahora sé que mi misión en la vida es, además de reinar, ser implacable con las fábricas que producen alimentos para los animales sin el más mínimo respeto y aprecio a nosotros.

   Así que he lanzado un decreto, el primero de mi reinado: MARCAS COMERCIALES PARA ANIMALES QUEDAN EXPULSADAS PARA SIEMPRE… ¡MIAU!

No hay comentarios:

Publicar un comentario