En este, mi reino, se acostumbra celebrar el Día de la Candelaria con un buen atracón de tamales y atole. Yo prefiero los de dulce porque soy muy joven y mi paladar aún no tolera el picante.
Anoche, después de terminado mi ritual previo a acostarme en mi enorme y acolchonada gordis, colocada horizontalmente sobre la cama, cerré mis bellos y expresivos ojos, concilié el sueño con rapidez y me sumi en un sueño profundo, de esos que envidian los insomnes.
Yo corría en medio de los árboles que, frondosos, impedían que los rayos solares calentaran mi cabellera, perseguía a una ardilla que, traviesa, subía a un tronco y luego saltaba a otro árbol… ¡Ah, qué diversión! ¡Miau!
Iniciado el día de hoy, a eso de las 0:01, comenzaron a escucharse ruidos muy fuertes en el exterior, los estruendos de los fuegos artificiales y el deambular preocupado de mi guardaespaldas, me despertaron. A Fanny le inquieta cualquier ruido que perturbe la calma de mi mansión y mucho más, si se trata de fuegos artificiales, las palomas sobre todo.
En fin, por la mañana estaba aún agutado, después del profundo sueño y mi despertar abrupto, sólo pude dormitar.
Supervisé la actividad de mis lacayos, el lavado de ropa, la preparación del atole, la limpieza de la residencia, de los lujosos utensilios que servirían para colocar los tamales, etc.
Por la tarde llegaron los invitados y nos dimos gusto con los tamales. Mi gordis me ofreció una probadita del suyo, que era de rajas con queso o del de salsa verde, pero los rechacé y sólo comí el de dulce.
La verdad estoy muy agotado, las emociones y los desvelos me hacen mal, arruinan mi cabello y mis ojos, siento que mis párpados se hacen pesados… Como decía mi abuelo, “¡ABUR!
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