Hoy, como cada día, abrí mis bellos ojos, parpadeé lentamente hasta lograr percibir con nitidez los cuadros colgados en las enormes paredes de mi magnífico dormitorio. “Es jueves”, pensé aún amodorrado “Hoy es el día del desayuno en el restaurante, no tengo deseos de ir. Creo que lo mejor será confiar esa responsabilidad a mi hermano Botitas”.
Me levanté pesadamente, arqueé mi cuerpo para distender las vértebras, alisé mi blanco pelaje, coloqué mi exclusiva y sedosa bata, bajé la escalera y esperé a que los habitantes de mi palacio se reunieran a mi alrededor.
Fanny me leyó la agenda del dia. Una vez terminada la lectura, dije con voz imperativa: “No deseo ir a ese lugar, es una pérdida de tiempo para mí. Delego esa tarea a Botitas, que lo acompañen la gordis y la Princesa de Prados”. De inmediato, la gordis se puso en contacto con ella para solicitar su apoyo y quedaron de acuerdo.
Un poco más tarde llegó la Princesa María y abordaron el imponente auto deportivo. Botitas iba dentro del enorme bolso de la gordis.
El trayecto fue largo y tortuoso, no sólo por las condiciones del pavimento sino por la cantidad de vehículos que transitaban a esa hora de la mañana. El Príncipe Botitas iba fascinado, pues no conocía más allá del reino de San Juan de Aragón.
He aquí lo que pensó Botitas: “¡Guau!, digo ¡Miau! ¡Cuántos coches hay en este reino! ¡Qué lugar tan lleno de cemento! ¡Qué pocos árboles! Creo que es más bonito el reino de San Juan de Aragón”.
Después de hora y media dentro del auto,llegaron, Botitas se metió nuevamente en el bolso y descendieron del coche, ingresaron a un lugar en el que fueron recibidos y guiados por una muchacha, quien les dijo dónde deberían colocarse. “El Rey Tommy no hubiera permitido que otra le dijera dónde debía acomodar sus posaderas”, pensó Botitas con cierta indignación.
Indicaron a mis representantes los lugares que deberían ocupar sus anchas sentaderas sin respetar el protocolo, tal y como ocurrió durante la Ceremonia del 106 aniversario de la promulgación de la Constitución de 1917, en Querétaro: la Princesa María, el Príncipe Botitas y la gordis quedaron en un extremo de la sala, tal y como sucedió con los presidentes de los Poderes legislativo y judicial de la República Mexicana.
Botitas sacó la cabeza, luego salió de la bolsa y seleccionó un espacio a la derecha de la gordis, ahí comió lo que la gordis: pan de dulce, fruta, un poco de jugo y unas deliciosas crepas. “¡Mmmmh! ¡Qué ricura”, pensó Botitas con alegría mientras relamía sus largos bigotes.
Los comensales estaban fascinados ante la presencia del Príncipe, es tan grande, peludo, fuerte, con unos ojos azules que resultan indescifrables…
Bueno, mientras esto ocurría, los socios ofrecían ofertas sobre bienes raíces, todas ellas atractivas pero muy alejadas del reino, condición que dificulta cualquier intención comercial.
Casi al finalizar la junta, un hombre se acercó a la gordis, la saludó cordialmente y conversaron un poco. Él no olvidó el protocolo, por lo que me envió sus afectuosos saludos.
Ya de regreso en mi Palacio, Botitas salió de la bolsa de mi gordis y me reportó sus impresiones, lo que había comido, su opinión sobre el lugar al que fue, el impacto que causó su presencia entre los socios y el agotamiento como resultado de la tarea encomendada.
Recibí la información con la templanza que he venido practicando desde hace tiempo, respiré hodo y pensé: “¡Qué bueno que no fui a ese lugar, evité incomodidades e insultos velados aunque me haya perdido de un buen desayuno, miau”.
Yo, como líder, estoy satisfecho. Hago bien en propiciar que mis hermanos y colaboradores conozcan, se fogueen y respiren otros aires para que valoren la riqueza de este reino de San Juan de Aragón… ¡MIAU!
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