Viernes. Desperté y me alisté para acompañar a la gordis. Iría a desayunar con sus “amigotes” del trabajo; bueno, de su antiguo trabajo. Ella, mi gordis, a quien llamaré también Tere, había estado muy emocionada, feliz ambicionando degustar los ricos tamales acompañados de un delicioso atole. Había estado planeando unos centímetros más para su enorme perímetro que, después de este día, Tere será como esas bolitas que se cuelgan en los árboles navideños.
Anoche, mientras mi gordis estaba en el ritual de adorarme, le dije que la acompañaría para saludar a sus amigotes y ser espectador de su ensanchamiento corporal.
Bueno, el caso es que hoy nos despertamos temprano, nos alistamos y salté al interior de su bolsa, Fue muy curioso porque en total, la gordis cargó con tres bolsas diferentes y sólo aparentaba traer dos. Yo iba en el interior de una blanca, así que mi peludo cuerpecito se confundía con la textura de la tela suave.
Llegamos, salté a una mesa larga con divisiones, me erguí, miré a todos los presentes y fui adorado, todos se acercaron a mí y, tras reverenciarme, recibieron un maullido cordial y un lento parpadeo de mis hermosos ojos.
Cuando finalizó el acto de salutación y salté a las enormes y gordas extremidades de Tere, dio inicio a una clase. “?De qué se trata esto? ¿A qué hora comenzará el espectáculo de inflación de mi gordis?”, me pregunté con desesperación “Además, yo no necesito clases, para eso tengo a Fanny y a Sir Gerald, además de mis libros y la compu”. Lancé un maullido casi imperceptible al tiempo que me recargué en la acolchonada pancita de Tere; ella, en respuesta, me acarició con ternura.
Con curiosidad, observé cómo la gordis se mordía los labios y la lengua, yo no atiné a descifrar si la causa era porque reprimía sus comentarios o porque tenía hambre. Después de un ratito, ella levantó la mano y su antigua directora comentó que era imposible darle el permiso de intervenir. “¡Qué bueno!”, pensé con alivio, “Es que la gordis habla mucho y puede provocar que nos despidan antes de desayunar. ¡Miau!
Al término de la clase, la directora indicó que era el momento tan ansiado, se repartieron dos tamales a cada uno de los comensales, mi gordis comenzó a salivar y yo observé cómo sus pupilas se dilataban para intentar distinguir bien el tamaño, sus aletillas nazales se inflaban para percibir el aroma y la manera en que comenzó a moverse su cuello al deglutir la saliva que, cual fuente, inundó el interior de su boca. “¡Vaya que está hambrienta!”, pensé con mezcla de desdén, horror y tristeza, “Si alguien de aquí la mira, estoy seguro que deben suponer que pasa carencias en mi mansión y eso sería desastrozo; ella está muy bien nutrida y, de hecho. Come todo el día”…
Dieron las 9:30. Mi gordis se despidió y luego, con un gesto elegante que enmascaró mi vergüenza, me despedí de todos. Dianita nos hizo el honor de acompañarnos hasta donde nos aguardaba mi chofer. Ahí reprendí a la gordis, le conminé a portarse más civilizada, a no permitir que sus impulsos la dominen e intentar controlar las reacciones involuntarias ante la comida porque de otra manera “Creo que nunca llegarás a ser parte de la sociedad…¡MIAUUUU!
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