Hoy es un día especial dentro de lo común. A esta conclusión llegué después de analizar a los habitantes de mi palacio.
Lo primero que me despertó fue el trinar de las aves que anidan en los árboles que circundan mi mansión, respiré profundo para llenar de aire mis pulmoncitos y abrí mis enormes, bellos y expresivos ojos color indefinido. ¿Cuál es el color de mis ojitos? Me pregunté con curiosidad porque ni mi gordis, ni Sir Gerald, ni la princesa y los archiduques ni mis queridos y extrañados Emilio I y Teresa I lo lograron descifrar.
Como cada día, me alisté, alisé mi pelaje con unos lengüetazos por todo mi hermoso cuerpecito, lamí mis almohadillas y lavé mi cara, quedé verdaderamente guapo. Luego, de un salto, me paré frente al espejo y observé mi rostro, creo que es perfecto pero aún no logro saber de qué color son mis ojos.
Busqué las fotografías de mis antepasados, es decir, de quienes me han precedido en el trono y de los que, sin haber tenido un cargo real, fueron antes que yo. Ágata tenía los ojos verdes, de un verde definido; Valen y Greta los tenían color café, mi madre Ariel los tiene verde claro, lo mismo que Kahil, Botitas los tiene azules.
La reinda de Tepepan, Berenice I y su padre, Sir René los tienen verdes, el archiduque Darío de Prados los tiene, al igual que los abuelos Carlos, sir Gerald, color miel ¿y los mios?
Los míos, en cambio, son de un color indefinido, a veces se ven verdes y a veces, amarillos. El amarillo es un color bonito, alegre. Afirmo que el color amarillo lleva implícita la alegría y el entusiasmo.
Quedé mirándome con curiosidad y satisfacción durante más de una hora, abría mis ojos, los entrecerraba, parpadeaba lentamente “¡De verdad que soy guapo! ¡MIAU!”, me dije con humilde modestia. “Pero de qué color son mis ojos?”, volví a cuestionarme y, al no encontrar una respuesta en mí, bajé las escaleras y encontré a mi gordis en la cocina, como siempre.
Al verme, se limpió la boca con la palma de su mano y dijo: “¡Hola, mi rey! Me pregunto si querrás comer algo”. Yo le dije que no porque hay una duda que me agobia desde hace tiempo y le expuse mi inquietud.
Ella se sorprendió porque, según me expresó, cada uno de nosotros tiene características propias que nos hacen únicos y ante mi insistencia, repuso: “Oh, mi Tomy. Veo que esto es algo muy importante para ti, así que vamos a pensar en un nombre para tu color de ojos. ¿Qué te parece si lo llamamos color tomassino? Ese nombre es único y hace referencia a tí”.
Yo abrí mucho mis ojos, me alisé el pelo de la cara, moví mi redonda cabecita para asentir y expresé mi alegría con un gesto facial que combinó una sonrisa con un parpadeo de alegría… ¡MIAU!
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