Sonó el cel de mi gordis, contestó y era su antigua directora para informarle que hoy debería presentarse en la Coordinación Regional a la que pertenecía el servicio de educación especial en el que se desempeño los últimos 23 años, porque había laborado antes en un Centro de Atención Múltiple de la zona oriente de la Ciudad de México.
Ella se sintió atribulada porque tenía previsto llevarnos a la ceremonia de fin de cursos de la primaria en la que trabajó hasta finalizar septiembre del año pasado.
Al cortar la comunicación con su directora, nos miró a todos y, con tono triste, nos dijo: “Chicos, no iremos a la primaria, no podremos reunirnos con mis amigas ni con mis queridísimos exalumnos para despedirlos de la escuela y desearles un buen futuro. En cambio, iremos a la Coordi”.
Yo quedé atónito, me pregunté qué significaría esa palabra y la busqué, pero no encontré definición alguna en los diccionarios que consulté. “No cabe duda. Ya enloqueció”, pensé con preocupación.
Por la noche, llamé a mis hermanos Boti y Kahil para hacer un plan de apoyo a la viejita pues “hay que detener esa degradación cognitiva”, argumenté y para ello me puse en contacto, a través de Fanny, con sir Gerald con la finalidad de obtener un programa de intervención eficiente. Además, ahora estamos obligados a vigilar su comportamiento, así que nos organizamos para acompañarla a la tal “coordi”.
En la mañana de hoy nos introdujimos, apiñados, en el interior de la bolsa en la que llevaba sus papeles, Eso fue incómodo porque la bolsa no es tan ancha, antes de entrar a ella, ordené a mi secre que vigilara el palacio y cuidase de la reina madre, que, para no variar, dormía en la habitación real.
Así, apretados, recorrimos un largo trayecto. Al bajar del auto, Kahil, Botitas y yo nos enderezamos, elevamos nuestras peludas cabecitas y vimos a nuestro alrededor; era una casa enorme, de esas que se parecen a mi palacio, pero con una reja baja. Entramos en ella y mi gordis dijo que iba a ver al señor Salvador. Luego, el conde escribió en una libreta y nos indicaron el lugar al que nos deberíamos dirigir. Ahí mi gordis se dio vuelo, habló sobre sus años de experiencia, los 36 años que lleva como débil visual y lo difícil que le resultó el trabajo digital el último ciclo escolar.
Mientras ella hablaba y hablaba, nosotros saltamos a un patio casi tan amplio como el mío, pero desierto de verde, no había plantas, árboles ni aves. Recorrimos todos los espacios de aquella construcción, entramos a cada una de las habitaciones, vimos computadoras, escritorios, sillas y pocas personas que, al reconocerme, me reverenciaron y besaron mis patitas.
Al cabo de una hora, aproximadamente, mi gordis nos llamó: “Muchachos, ya nos vamos. Despídanse como gatitos lindos” y nosotros, obedientes y bien educados, mostramos nuestra nobleza con un guiño de ojos.
De nuevo en mi mansión, mi gordis nos comentó que en este periodo de “austeridad republicana” o “pobreza franciscana”, no habrá medallas de plata para los maestros que cumplieron 30 años de servicio o que se jubilaron este ciclo escolar.
Yo, que tengo una mente inquieta e inquisitiva, me pregunté a qué se refería con eso de la austeridad republicana, su relación con la no entrega de la medalla de plata y la omisión de la ceremonia de entrega y luego, lo comparé con los despilfarros, desvanecimiento monetario de CEGALMEX y otros casos de actos de magia en los que desaparece el dinero… ¡MIAU!
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