Mi gordis nos tiene bien condicionados. Me explico, cuando ella nos da de cenar, nos llama con tono melodioso: “chicos” y entonces, todos corremos hacia la cocina donde está ella con las latas en espera de que al llegar, comencemos a ronronear y a emitir sonoros maullidos de felicidad porque tendremos algo bueno y delicioso.
Algo similar ocurre cuando ella encuentra, después de recorrer el listado de reproducción, un titulo que le parece interesante, lanza un grito de júbilo, todos nos acercamos, nos acomodamos sobre una superficie blanda, nuestras orejas se colocan hacia adelante y esperamos que inicie el relato.
Nuestro preferido es el programa “Un libro, una hora”, de la cadena SER. Hace una semana escuchamos un libro del escritor y periodista italiano Italo Calvino que fue publicado en 1957 y cuyo título es “El barón rampante”.
La historia que se cuenta es sobre la vida de un niño, sus aventuras y vivencias desde los árboles, pues un día decidió abandonar su casa para vivir entre las ramas.
Al ir escuchando la narración, logré imaginar cada una de las aventuras, encuentros, penurias y satisfacciones del protagonista, lo que me llevó a experimentar sentimientos de alegría, ternura, inquietud y arrojo.
Afortunadamente, la idea obsesiva sobre el cambio del nombre al mar de Cortés se reemplazó por la de la vida arbórea. Sólo haré una anotación relativa al nombre propuesto por el emperador, se trata del mismo nombre que puso su archienemigo, el extinto desde hace siglos Hernán Cortés.
Bueno, debo confesar que desde que escuché el cuento, en el interior de mi cabecita de algodón (por blanca y esponjosa, por supuesto), he imaginado cómo sería el traslado de mi palacio a las alturas; sería formidable estar presente cuando el sol aparezca al amanecer, dormir junto a las hojas, las flores, los frutos y los nidos donde pernoctan las aves; me imagino, gato rampante, saltar de rama en rama, ascender por el tronco de los diferentes árboles y llegar hasta lo más alto, acercarme a las nubes… ¡Sería como soñar despierto!
La vigilia, como es la realidad, nos enfrenta y coloca a cada quien en su lugar. Mis ideales, mis impulsos e inquietudes se frenan cuando reflexiono un poco más. ¿Cómo haría para comer? Si bien sé que hay lagartijas, a mí me gustan y me caen bien, no sería capaz de cazarlas, eso sin contar que me deleito cada día con los exquisitos guisos del marqués y de mi gordis. No tendría oportunidad para realizar las celebraciones con las amigotas de Tere. Además, no podría dormir sobre una rama, pues estoy acostumrado a recibir a Morfeo sobre el colchón de mis sueños, donde duermo a mis anchas acostado en una superficie suave, confortable y calientita; extrañaría la presencia y los juegos con mi mami Ariel, mis hermanos, las carreras con Fanny, no vería al marqués ni a mi gordis, además no contaría con los halagos y orientación de sir Gerald, no tendría la opción de la tecnología para comunicarme ni distraerme, tampoco contaría con un arenero, lo que provocaría accidentes terroríficos para los que habitan sobre la superficie terrestre… ¡MIAU!.
Mis agradecimientos estóicos.
Agradezco por mis seres queridos, los presentes y los ausentes que permanecen vivos en mis recuerdos más amorosos; agradezco por la literatura y la imaginación; agradezco por continuar aquí y agradezco por este día.
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